domingo, 9 de junio de 2013

Fantasía autóctona con trasfondo medieval: "Un infierno en la mente"

Hace unos años, La biblioteca del laberinto reeditaba una novela que había aparecido en 1995 en la mítica colección de Anaya Ultima Thule que dirigía Javier Martín Lalanda. En su época pasó prácticamente desapercibida, si no fuera porque la crítica la destrozó sin contemplaciones. El motivo: bajo el seudónimo de Dorian Blackwood se escondía el propio editor de la colección. Pocos quisieron entender la obra como lo que pretendía ser, un homenaje a las lecturas caballerescas que fueron las predecesoras de las actuales novelas de fantasía épica. Aderezado con toques de ciencia-ficción (la acción transcurre en una hipotética Madrid del futuro), especialmente a las evocadoras novelas de la Tierra Hueca de las que muchos disfrutamos en nuestra infancia y aun ahora que estamos creciditos (Viaje al centro de la Tierra, Pellucidar...) y un descenso a los infiernos que tal vez se podía haber explotado más, en benefico de la obra. El autor es sobradamente conocido en los círculos de la literatura fantástica europea, pues está considerado la máxima autoridad en la figura de Robert E. Howard y su creación más universal, Conan de Cimmeria. Ha escrito varios ensayos fenomenales al respecto, entre los que podríamos destacar El cantar de las espadas, en los que demuestra sus inagotables conocimientos en literatura medieval (ha realizado traducciones y ensayos sobre el tema que se consideran entre los más acertados en la materia) y su buen hacer narrativo.
Teniendo su currículum en cuenta, huelga decir que esta novela no nace de la necesidad de publicarla sino del gusto por querer hacer una aportación personal al género que tantas horas de felicidad le ha dado durante su vida. ¿El resultado? La historia es entretenida, aunque se le pueden achacar algunos defectos que los críticos no dejan pasar a la hora de cebarse en la destrucción de un escritor que por su trayectoria generó unas expectativas demasiado altas. El autor a veces abusa de las oraciones subordinadas (he llegado a contar una oración que se extendía a lo largo de dieciséis líneas, con todo tipo de acotaciones, comas, paréntesis...), lo que puede llevar al lector a perderse un poco en la narración. Hay elementos, como las apariciones de la misteriosa Athenea, que generan expectación al principio de la novela, pero luego desaparecen en el desarrollo de la trama, dejando la sensación de que "falta algo". En cambio, cuando la acción se centra en el personaje medieval que se une a los templarios para rescatar a su amada, el dominio del léxico de la época que demuestra Lalanda resulta gratificante y se le ve más cómodo narrando estas escenas que con las más forzadas situaciones amorosas que protagonizan los personajes del Madrid futurista. En resumen, creo que se trata de una novela mucho mejor de lo que algunos críticos quisieron hacernos creer en su día, que bien se merece una segunda oportunidad.

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