Hace más de un año desde la publicación de este librojuego, que ya se ha convertido en todo un clásico del medio, y del género de Espada y brujería en general. Para conmemorarlo, nada mejor que poder echar una ojeada al comienzo de esta aventura sin igual. Y empieza así:
El
calabozo, de gruesas paredes de piedra rezumante, estaba tenuemente
iluminado por un rayo de luz que descendía desde un punto
indeterminado del techo abovedado. El rítmico golpeteo del agua era
el único sonido distinguible en la penumbra, que cubría como una
gélida mortaja a las cuatro figuras yacientes. Poco a poco, los
durmientes fueron recuperando la consciencia, haciendo tintinear los
eslabones de sus recias cadenas entre gruñidos y maldiciones, a
medida que sus pupilas se iban adaptando a la semioscuridad. El
primero en dar voz a la pregunta que comenzaba a formarse en las
mentes somnolientas de los cuatro cautivos fue un hombre joven, de
miembros esbeltos pero fibrosos, con el rostro curtido por el viento
y el sol, ataviado con ropas de marino y luciendo una espléndida
cabellera del color de la miel:
—¿Qué se supone
que es esto? ¿Por qué estoy encadenado a una pared, en este sucio
agujero?